En Sevilla el solomillo al whisky se hace con brandy y las tiendas de alimentación venden alubias y sirven cervezas. Así es esta ciudad, en la que hace décadas varios ultramarinos decidieron ofrecer al público las bebidas y chacinas que ponían de extranjis a sus clientes habituales. Con el tiempo este modelo de negocio se asentó, y hoy día existen locales que aún conservan esa solera y otros que solo utilizan el término “abacería” a modo de reclamo.
Antes de la llegada de las grandes cadenas, los vecinos solo tenían los mercados de barrio y estos comercios para abastecerse, y no era extraño que en los últimos se les sirviera algo a los más asiduos mientras esperaban. “De forma casual siempre se ha consumido: a principios del siglo XX se comía y bebía en estos lugares, normalmente en las trastiendas. Uno de los más históricos de la ciudad, Casa Palacios, tiene fotos de los años cuarenta en los que se ve la barra”, cuenta José Ángel Martín, creador del blog Ultras y rultras, en el que habla de los negocios sevillanos de este tipo.
Un espacio, el ultramarinos, atendido por Francisco Moreno, propietario de un local donde huele que alimenta y no hay tregua para los sentidos más hedonistas. Apenas se dan un par de pasos para atravesar el arco centenario que separa el colmado del antiguo almacén, nos encontramos ante una hermosa barra de chapa atendida por Emilio y Sonia. Ahí comienza otro espectáculo: un sinfín de fotografías de personajes ilustres, carteles taurinos, motivos de Semana Santa, recuerdos… todo en un perfecto ‘orden- desorden’ en el que, en cada visita, se descubre una nueva curiosidad. Y al alzar la vista, el patio de luz del antiguo edificio que termina de llenar de encanto el lugar.